Elegía al color, geometría y óptica: la resonancia visual y las formas de Julio Le Parc
By Andrew Bay, UK
Julio Le Parc nació en una familia modesta en Argentina en 1928 y creció en Buenos Aires. A muy corta edad, ya demostraba talento para el dibujo y la pintura. Acabó estudiando en la Escuela de Bellas Artes de Buenos Aires, donde se graduó en 1955. Tras recibir una subvención de la Academia de Beaux Arts francesa, Le Parc se mudó a París en 1958, donde comenzó a perfeccionar su arte.
Aunque trabajaba con recursos limitados, producía con pasión bocetos y borradores y experimentó con el gouache y los acrílicos. Se dedicó a estudiar las obras de los grandes pintores del Constructivismo, Alexander Rodchenko y Vladimir Tatlin. También empezó a explorar las posibilidades de la creación geométrica que encontró en las pinturas de Piet Mondrian.
El maestro holandés influyó notablemente al joven Le Parc, quien estudió la expansión de las formas y sus posibles relaciones, fundamentales en las obras de Mondrian. A partir de aquí, Le Parc comenzó sus propias investigaciones creativas. Comenzó a darse a conocer por crear obras interesantes que dinamizan y reconstruyen el contexto espacial desde el punto vintage de la luminosidad. Le Parc comenzó a mostrar este nuevo enfoque emergente en los últimos años de la década de 1950, en particular en una serie de instalaciones fascinantes presentada en una de sus primeras exposiciones en París. Esto también marcó sus primeras incursiones en cuadros basados en sistemas abstractos.
A Le Parc se le suele considerar pionero del arte cinético con un uso innovador de los efectos visuales, de laberintos espaciales complejos y de planos geométricos paralelos. Varias de sus primeras pinturas también anticipan los primeros días del movimiento del arte óptico. En obras cruciales como Relief 13 (1970), Le Parc maneja con sutileza tonalidades y sombras policromáticas para crear un espacio negativo en intermisiones sincronizadas.
La esencia de la obra de Le Parc ya podía verse en estas obras interactivas: su natural curiosidad, su espíritu de búsqueda. Siempre rehuyó de relacionarse demasiado con una escuela en particular, ya fuese el arte surrealista, el arte genético o el arte geométrico. No obstante, decidió, a finales de 1958, empezar su propio movimiento con un grupo de artistas con intereses comunes con el acrónimo GRAV (traducción del francés, Grupo de Investigación Artística Visual). Bajo la mentoría del pintor y escultor húngaro Victor Vasarely, Le Parc unió fuerzas con Yvaral (hijo de Vasarely), Francois Morellet, Francois Molnar y Joel Stein, entre otros. Juntos, retaron al público y a los críticos al imprimir panfletos y declaraciones políticos para denunciar lo que ellos creían ser el fin del arte en su entorno cultural y social.
El movimiento se implicó cada vez más en un activismo radical que culminó en las revueltas estudiantiles y obreras de París de 1968. Los artistas contribuyeron con dibujos satíricos y bocetos para mostrar su apoyo a la causa estudiantil.
Los últimos años de la década de 1960 marcaron una transición significativa en la obra de Le Parc, ya que comenzó a incorporar ángulos en 3D, perspectivas y proyecciones en sus pinturas. A partir de 1964, comenzó a experimentar con la luminosidad producida por los espejos, ensamblados entre sí para dispersar tonos claros con el fin de suplantar el punto focal de la experiencia del espectador. El espacio de la galería se transformaba en un juego laberíntico en el que se reflejaba sombras y luz, que desembocan constantemente uno en el otro.
En el núcleo de la obra de Le Parc, vemos la continuidad de su exploración de los contornos y reflejos de la luz, que utilizaba como material y sustancia primaria. Luego analiza cómo impacta a ojos del espectador la superficie de contacto propuesta. Desde el punto de vista de las experiencias que se les presenta a cada espectador, sus instalaciones y obras artísticas están en un estado de movimiento y fluidez perpetuo. Le Parc transforma nuestra percepción de la multiplicidad de roles que intervienen en el diálogo que tienen lugar continuamente entre el artista, el espectador y la institución de la galería. Nos deja fuera de juego en cuanto al equilibro visual que se percibe al despojar la obra de sus posibles interpretaciones y al obligar al espectador a entrar en un juego de relaciones inestables. Esta es la razón por la que las obras de Le Parc producen una naturaleza desbordante de alteraciones y variaciones. A través de ellas, el movimiento de la luz entra y sale del ser, creando una experiencia interactiva del tiempo, mediante la colaboración activa de las observaciones del espectador.